
Este año no fui a la marcha.
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Encontrar el ritmo propio
4 de julio de 2025Escrito por mayra isel
Editado por Natalia Rodríguez Chávez
Con la llegada de junio –el mes del Orgullo LGBTIQA+– siempre reflexiono sobre el camino que he recorrido para descubrir mi propia identidad y sexualidad. A pesar de haber crecido en un entorno profundamente heteronormado, desde la infancia (sin tener muy claro cómo) fui entendiendo que el amor podía sentirse hacía más de un género.
Cuando estaba por cumplir 12 años ya percibía que existían orientaciones sexuales diversas, y también me di cuenta que sentía atracción por mujeres y hombres, aun sin saber que la bisexualidad era una posibilidad.
Nací en los 80’s, una época en la que reinaba la desinformación sobre la sexualidad, los silencios y los estereotipos. Era popular que las escuelas separaran a las infancias por género, el pánico moral de “El grito desesperado”, y el miedo omnipresente hacia el VIH/SIDA. Paradójicamente, en esos años la OMS eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales, pero el estigma seguía vivo en las narrativas, los medios y las familias.
En la secundaria, recuerdo a una compañera que era señalada por ser lesbiana. Los rumores circulaban como si se tratase de algo vergonzoso, como si aquello fuera “raro” o “malo”. Incluso me cuestioné si esto también me volvía en alguien “rara” o “mala”. Pero incluso sin tener las palabras o saber los conceptos correctos, una parte de mi reconocía que tratar mal a una persona por esta razón era injusto y nada empático.
Aunque siempre supe –muy dentro– que no había nada malo en mi, fue hasta mis 30’s que fui aceptando que yo no cabía en la heterosexualidad, y es en mi 40’s que estoy teniendo la fortaleza de poder compartirlo. Soy consciente de que este proceso de descubrimiento personal no hubiera sido posible sin el movimiento LGBTIQA+ y los derechos que ha ido conquistando con el paso del tiempo.
En los últimos años, la lucha LGBTIQA+ ha ganado mayor presencia en las calles, redes e instituciones a nivel mundial. Empezamos a ver el surgimiento de nuevas generaciones con una mayor apertura, que –al tener mejores redes de apoyo– exigen ser visibilizadas y sentirse seguras.
Al mismo tiempo, vemos banderas arcoíris ondear en edificios oficiales, campañas multicolor de marcas y eventos conmemorativos en cientos de empresas y organizaciones. Así, visto desde fuera de la comunidad, pareciera que “ya se ha ganado todo lo que se podía ganar”, pero la realidad es que aún falta un largo camino por recorrer.
Entre quienes celebran este mes desde un compromiso genuino con la causa y quienes lo aprovechan para practicar un rainbow-washing oportunista, el sentido político del orgullo se ha ido diluyendo con el tiempo. Esto es algo peligroso, especialmente con el fortalecimiento de la ultraderecha a nivel global y con la llegada de figuras sumamente conservadoras a puestos de poder, que han utilizado su voz para propagar discursos repletos de odio, datos falsos y miedo.
No es casualidad que bajo el contexto sociopolítico actual se ha intensificado el deterioro de la salud mental de las personas LGBTIQA+, pues las posturas anti-derechos han sembrado un terreno fértil para el rechazo, la desinformación y la violencia. El impacto de estas narrativas va mucho más allá de las palabras; pueden escalar hasta convertirse en amenazas, exclusión, agresiones, suicidios y asesinatos.
Recordemos que la violencia no es simbólica; es física, institucional y cotidiana. Dentro de este grupo, quienes más la sufren son, tristemente, las mujeres trans, cuyas vidas siguen siendo brutalmente arrebatadas en medio del silencio o la indiferencia social. Es una realidad dolorosa, sí, pero que necesita ser nombrada.
El odio se sostiene a través del miedo y la intolerancia hacia lo diferente, y aunque no es algo nuevo, ahora se celebra e institucionaliza con políticas, prácticas y leyes en contra de las personas y la comunidad. El trasfondo de ese miedo se origina en la falta de voluntad para conocer, para aprender, para cuestionar(nos).
Al final, como nos recuerda Alok Vaid-Menon, la única certeza biológica que existe es la muerte. ¿De verdad queremos pasar nuestra vida odiando a alguien por amar, por vestirse o por nombrarse diferente? Al menos yo, creo que la vida es demasiado grande para desperdiciarla en esos odios sin sentido.
Te invito a que este junio resistamos desde el goce, las redes y la comunidad; celebremos lo que somos y mantengamos siempre la mente y el corazón abiertos, para ser espacios seguros tejidos colectivamente para quienes nos rodean.





