
Correr hasta volar
15 de febrero de 2025Mayra Isel Rodríguez
Empiezo agosto en uno de mis lugares favoritos de la Sierra Madre Oriental, un rincón donde siento que puedo desconectarme del mundo, del ruido y de los pendientes, para conectarme con mis emociones, el descanso y la naturaleza. La cabaña, aunque no es de madera, irradia calidez y acogida con su diseño armonioso que se mimetiza con el entorno. Rodeada de majestuosos pinos y encinos, el aire se llena con el canto de los pájaros y las visitas de ardillas que corren entre los árboles. La falta de señal telefónica y de internet me desconecta del mundo exterior, permitiéndome sumergirme por completo en la tranquilidad y belleza del lugar.
Llegar a este refugio fue complicado esta vez; las lluvias recientes habían transformado los caminos construidos por el ser humano, convirtiéndolos en una mezcla de piedras, deslaves y obstáculos. La fuerza de la naturaleza es increíble, cómo se reapropia de los caminos que le pertenecen. El río sigue su cauce, abriendo el espacio gracias a la tierra y los vientos que le devuelven su fuerza, todo para estar de vuelta en casa. Estas construcciones humanas, ahora destruidas, me representan las reglas, normas y estereotipos sociales. Lo que se exige para “ser aceptada”, para cumplir con las expectativas de la sociedad. Es cuando permitimos que nuestra potencia interna colabore con otras fuerzas que la alimentan y protegen, podemos derribar todo y ser quienes realmente somos.
Para poder transitar en estos nuevos caminos improvisados, abiertos por máquinas requerían de nosotrxs un trabajo en equipo, comunicación para llegar a acuerdos y recorrerlos respetuosa y cuidadosamente. Reflexiono cómo es que, después de la destrucción, podemos construir nuevas rutas en conjunto, con conciencia y autoconocimiento, conectándonos con las demás personas. Es únicamente desde esa conexión con otro ser donde podemos transformarnos.
Me veo reflejada en la naturaleza: fuerte, resiliente, en sinergia. Estoy aquí, contemplando el agua sagrada, admirando su azul. A menudo digo lo importante que es para mí estar en lo verde, hoy me doy cuenta que no le he dado suficiente crédito al color azul. Increíble porque en donde más me siento conectada conmigo siempre hay agua, la mar, los ríos, lagos y la lluvia. Mi relación con el color azul ha sido de rechazo, pero empiezo a reconocer que mucho de lo que me hace bien, viene en azul.
Al día siguiente de regresar de mi pedacito de paraíso, mi cuerpo empieza a generar malestares, inicialmente los atribuyo a la desaceleración y no me sorprendió. Irónicamente noto, que las mujeres que hacemos demasiado enfermamos durante los períodos de descanso o vacaciones. Sin embargo, los síntomas comienzan a sentirse más particulares, extraños y diferentes a los malestares a los que estoy más habituada. Finaliza mi periodo de descanso, los síntomas persisten. ¿Es que acaso tenía tanto acumulado que no bastaron los días de descanso?. Aunque identifico estos síntomas como incómodos y ligeramente discapacitantes, tiendo a minimizarlos, diciéndome “tampoco son para tanto”. Esa voz autocrítica, internalizada que constantemente está ahí, esa voz que viene del aprendizaje de que las mujeres no debemos de incomodar tanto, somos nosotras las cuidadoras, no las que necesitan cuidado.
La situación se complica más cuando decido ir a urgencias. Los estudios revelan que hay algo más profundo, una inflamación que esta afectando a mis órganos y necesito una operación. Me dicen que llegué en buen momento; pudo haber sido peor. Mi mente se llena de dudas: inflamación, ¿no me estoy cuidando lo suficiente?, ¿qué está pasando? Jamás he sido operada ni hospitalizada. Me angustio, me empiezo a cuestionar todo, ya no solo de mi misma, si no del sistema médico, ¿es verdad que es necesaria una operación?, ¿no se puede hacer algo antes de eso?. Me invade el miedo y la ansiedad. Mi mamá y mi pareja están conmigo; respiro, me siento acompañada. Hay mucho azul en el hospital, decido verlo como una buena señal.
Todo sale bien. La recuperación en el hospital es apoyada por el personal de enfermería, mi pareja y mi mamá. La primera parte de la recuperación ambulatoria la paso con mi mamá. Ella es azul, siempre ha sido azul y no he estado recibiendo su medicina, ella es sanación, vida y alegría.
Después de una semana completa con ella, regreso a casa para continuar la recuperación desde mi hogar. Me permito llorar por todo lo acumulado, a solas, con mi pareja y mis mascotas. La tristeza, también azul, me hace bien cuando le doy su lugar, para escucharla, acomodarla y soltarla. El azul me abraza, es parte de mí, ha sido parte de mí desde siempre.
El azul es conexión, amor, vulnerabilidad y nutrición. A partir de hoy, para mí, el azul es el color del autocuidado y el cuidado en red.